Todo lo que percibes está siendo distorsionado por un tamiz personal de creencias, normas y valores. No importa de dónde los
hayas adquirido o quién te los inculcó. Si en este momento siguen vigentes para
ti, no es más que por el hecho de que, sin darte cuenta, les sigues otorgando validez.
De algún modo, crees que tu sistema de creencias te define, y poder definirte
—reconócelo—, te da una extraña sensación de seguridad. Por eso te cuesta renunciar
a tu manera de pensar.
Fiel a tu identidad, cada vez que tratas de resolver lo que consideras un problema, dejas intacta la causa mental del mismo para ocuparte solamente de los efectos que percibes. De este modo refuerzas,
inconscientemente, tu sistema de creencias, validando una percepción polarizada
donde todo queda separado en bueno o malo, justo o injusto, de derechas o de izquierdas, correcto o incorrecto, tuyo o mío. Y te sientes en la obligación moral de poner orden en mitad de
todo este caos.
¿Crees que ecualizando las polaridades vas a solucionar
algún conflicto? ¿Puede una polaridad existir independientemente, sin su contraria? ¿Crees que los
conflictos que percibes están fuera de ti como una realidad objetiva? ¿Crees
que un hecho y la percepción de ese hecho son la misma cosa?
Te propongo cambiar lucha por escucha. Soltar por un
momento la necesidad de cambiar el mundo —o de cambiarte a ti— y escuchar la
voz del programa que habla en tu cabeza. Sí... esa que te narra todo lo que sucede
como si no estuvieses ya viviéndolo en directo.
Cuando no observas lo que esa voz te está contando, en forma de
juicios, interpretaciones y suposiciones, asumes lo que te dice como un hecho, impidiéndote la posibilidad de
que haya otra manera de verlo todo. Crees que las cosas son así, tal como tú
las interpretas. Crees que lo que sientes emocionalmente es el efecto de un
error ahí fuera o de un error en ti. Entonces utilizas tus emociones como excusa
para cambiar lo que consideras que necesita ser cambiado con la esperanza de
alcanzar ese equilibrio perfecto que te permita estar en paz. Pero cuando
parece que estás a punto de conseguirlo, otra pieza se mueve de su sitio en
este rompecabezas sin fin que parece ser la vida… y vuelta a empezar.
Querer cambiar las situaciones externas sin atender al
sistema de pensamiento que está operando en tu mente es como ver salir agua por
debajo de la puerta del baño y dedicarte solamente a secar la tarima del
pasillo.
Por eso considero fundamental que puedas discernir entre causa y
efecto en cualquier experiencia que vivas. Lo suelo expresar con esta sencilla
fórmula:
SITUACIÓN + PERCEPCIÓN = EXPERIENCIA
Donde
la «situación» representa una constante —es la que es en ese determinado momento
y no puede ser de otra manera—, y la «percepción» representa una variable —cambia
en base a la lógica con la que se mira—. Toda experiencia, por lo tanto, será el
resultado de la percepción con la que esté siendo observada cualquier situación
que se presente. Cuando mi percepción cambia, mi experiencia —mi sentir—,
también lo hace, independientemente de cómo evolucione la situación.
Justificar
tus juicios en base a tus experiencias del pasado es confundir la causa con
los efectos. Una maniobra mental idónea para perpetuar los bucles emocionales
que caracterizan tu historia personal y de los que te sueles sentir víctima. Es un modo de eludir la responsabilidad del cambio de percepción que tu paz mental requiere.
Ser
consciente de lo que esté sucediendo, externa e internamente, con total presencia,
sintiendo en directo —sin validar al locutor mental—, y sin expectativas,
habilita un espacio en tu mente donde puede surgir una mirada fresca, nueva, recién
salida de la nada. Una mirada sin referencia alguna al pasado, que no trata de
confirmar algo sino más bien de descubrirlo todo. Una mirada que suscita el
recuerdo profundo de quién eres más allá de todo lo que intentas defender acerca de ti.
Cuando
dejas de proteger una creencia y vences la tentación de llenar con otra
creencia «mejor» el vacío que queda, la verdad se filtra en tu mente, surgiendo
de la misma nada de la que surge absolutamente todo.
El problema
nunca estuvo donde creías. Lo que creías era el problema.
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