¡Cuánto miedo a la relación desnuda de especialismo, asumido o proyectado!
Miedo a eliminar esa distancia de seguridad en forma de pedestal.
Miedo a que el otro me muestre, en un reflejo horizontal, lo que el
reflejo oblicuo disimula: la falta de amor que siento cuando te miro con
mis lentes empañadas de culpa.
Y en ese miedo… me espera el amor.
Dispuesto a limpiar con su dulzura mi mirada.
A secar con besos las lágrimas que me trago.
A sanar con caricias mis heridas.
A susurrarme al oído:
"Nunca te abandoné. Siempre estuve esperándote
aquí, en el punto exacto en el que creíste que no eras digno de mí. En
mitad del miedo a ser abandonado o rechazado. En mitad de esa idea
alocada de que tenías que partir en busca de algo que no poseías, algo
que te hiciese especial, algo que pudieras ofrecerme a cambio de lo que
ya es tuyo por herencia… que te pertenece por razón de quién eres.
¡Ya lo has intentado tantas veces...!
Ahora descansa. El viaje ha terminado. Y con él, la búsqueda de ideales
sostenidos en un pedestal. Deja que caigan al nivel del suelo que todo
lo iguala. Deja que el cielo tome tierra. Y ahora mira de nuevo a los
ojos de ese hermano, de esa hermana, que colocabas por encima o por
debajo de ti. ¿Me reconoces ahora?
¡Bienvenido a casa!"