Cada uno a nuestra manera estamos explorando esta experiencia de creer ser personas. Una vez asumida la personalidad, nuestro programa mental «personal» determina todos nuestros gustos,
carencias y deseos, además de guiarnos en la búsqueda de la felicidad, tratando de alcanzar aquello que
supuestamente nos falta para sentir plenitud. Nos empuja a lograr aquello que nos
haría tan «especiales» que por fin nos
sentiríamos merecedores de la aceptación y el amor… de los demás. En fin,
el engaño del palo y la zanahoria.
Desde la inconsciencia no hay libertad, no estamos eligiendo nada, solo
creemos que sí. La creencia en la voluntad «personal» nos hace esclavos de una rueda
de hámster en la que estamos escapando
de una herida pasada y tratando de llenar un vacío presente con una felicidad
futura que nunca llega.
Si no despertamos la conciencia no podemos detectar el automatismo que rige nuestra
mente. Ese software mental tiene una
respuesta programada para cada estímulo, un juicio para cada situación y una
lógica —basada en la separación y el miedo— para interpretar todo lo que
acontece. Si no somos conscientes,
vivimos supeditados a los parámetros «personales» de nuestras creencias, normas
y valores.
Si entendemos esto, es lógico formularse la siguiente
pregunta: ¿cómo podemos desprogramar ese software
mental? La respuesta la tienes cada vez que eliminas un programa en tu
ordenador y ejecutas un... desinstalador.
Al desinstalador que te permitirá desprogramar tu mente —no mejorar el programa— le llamamos
perdón, aunque lo oirás denominar de
muy diferentes formas (derivación, entrega, profunda aceptación…). El nombre no
importa, lo que importa es su práctica,
llames como lo llames.
Cuando hablo de perdón no me refiero a ese sucedáneo que
nos han enseñado, ese que trata de perdonar «pecados» —que asume como reales—
para ser «buenos». Me refiero al perdón como una práctica que deshace toda
creencia en el pecado, la culpa, el miedo y el sufrimiento allí donde se
encuentra —en nuestra mente—, no para
ser buenos, sino para ser libres.
Para instalar este programa que
desprograma, el primer paso, como ya vimos, es tomar
conciencia de una emoción cualquiera, en el mismo momento de sentirla, y elegir sentir a propósito lo que estamos
sintiendo sin juzgarlo, nombrarlo, explicarlo o justificarlo. Sentir es
sentir, pensar es pensar. Ahí comienza a abrirse la puerta de la liberación, la que nos da la posibilidad de mirar la
situación que estamos experimentando desde una perspectiva nueva y, por lo
tanto, totalmente desconocida para nosotros. Cada vez que creemos saber lo que
la situación significa, sacrificamos la liberación a cambio de la celda de lo
conocido, donde creemos tener algún control pero donde, en realidad, estamos
siendo controlados por el programa.
El programa siempre nos mantiene persiguiendo zanahorias, y nosotros obedecemos porque anhelamos la paz que promete. Pero la paz no es dejar de sentir ciertas emociones, como se tiende a creer. Dejar de sentir no tiene
nada que ver con la paz sino, mas bien, con la represión psicoemocional. La paz es ese estado mental en el que cualquier emoción, por intensa
que nos resulte, está siendo aceptada y
sentida sin resistencia, o lo que es lo mismo, sin sufrimiento. La paz es el resultado de perder el miedo a sentir.
Solo si tenemos claro ese propósito de paz, escogeremos dejar suelto todo lo que creemos entender
de este instante, y daremos el paso de entregarnos internamente a ver con otros
ojos —desde una nueva perspectiva—
el escenario que estemos viviendo. Esa nueva mirada sucede sola, no la podemos
forzar porque proviene de fuera del
programa. Es una mirada impersonal. Nuestra única función es transitar
la experiencia sentida y despejar todos los obstáculos mentales que interrumpen
la comunicación con la verdadera comprensión, que nada tiene que ver con el
aprendizaje de las experiencias pasadas. Es abrimos a la profunda
aceptación de lo que es, tal como es, por el simple hecho de que ya está siendo.
Se trata de vivir
cada instante sin recurrir al pasado. Es simple. Si nos resulta complicado es
por esa inercia mental de confundirnos con el
«narrador» que usurpa cada una de nuestras experiencias y validar
sistemáticamente lo que nos cuenta.
Estar presentes… tomar
conciencia, es la puerta de salida del laberinto del sufrimiento. Es lo que
nos permite aplicar nuestra voluntad para el único propósito que tiene sentido:
la paz. En la paz, el
programa deja de ser operativo.
Cada vez que elegimos abrirnos a mirar desde más
allá de la historia «personal», el recuerdo de la Verdad puede aflorar en nuestra
mente.
...Y solo la Verdad nos hace libres.