Viniste a vivir una experiencia humana.
Sé que no es lo que te habías imaginado. Y lo sé porque yo también estoy compartiendo contigo esta experiencia.
A pesar del potencial que tiene este mundo para vivir todos los
extremos inimaginables, subidos a una montaña rusa placeres y dolores,
nunca acaba de satisfacernos del todo.
Quizás te sientas estafado con la vida, que parece querer financiar tus sueños con billetes de Monopoly con los que no puedes comprar la felicidad que deseas.
Pero todo es fruto del olvido. El olvido de Quién eres.
Era necesaria esa condición para que el juego fuese creíble. Tuvimos que olvidar la verdad para poder vivir la ilusión. ¡Parecía tan excitante!
Y aquí estamos, tú y yo, perdidos en la insatisfacción, buscando en algún otro cuerpo, en algún otro objeto o en algún otro logro personal aquello que echamos en falta. Pero la vida solo nos devuelve lo que damos, como un maldito espejo que, en lugar de reflejar nuestros deseos conscientes, nos pone frente a nuestras verdades inconscientes, nuestras creencias profundas, por falsas e ilusorias que sean. No podemos recibir lo que no damos. El espejo, el mundo… el otro, siempre nos da la razón, negándonos aquello de lo que creemos carecer.
Observa lo que recibes de la vida y sabrás quién crees que eres y cuánto mereces. Es así de simple.
Pero duele.
¡Cómo no va a doler! Todo lo ilusorio duele cuando es confundido con la verdad.
Queremos seguir subidos a la montaña rusa pasando solo por las cimas del placer. Cuando esta experiencia de dualidad nos lleva a explorar los valles del dolor queremos saltar del vagón y ausentarnos de la vida hasta el siguiente subidón.
Pero no vinimos a vivir esto a medias. Vinimos a vivir una experiencia completamente humana. Y, ¿sabes qué? No hay humanidad sin dolor. Nadie puede trascender la limitación humana negando o escapando de esa parte incómoda de la experiencia.
Hay quien se esfuerza y trabaja duro para «elevarse» cuanto antes y alejarse de todo aquello que aún le duele. Algunos incluso afirman «todo esto es maya, es una ilusión… un sueño», mientras reaccionan emocionalmente a todo lo que amenaza su identidad espiritualizada como si esa amenaza fuese algo muy real.
Hemos olvidado quienes somos, por eso vivimos a medias, ausentes de nuestra vida la mayor parte del tiempo.
Pero el olvido no ha cambiado lo que somos. Solo lo ha ocultado. Y el velo que nos separa del recuerdo de lo que somos solo es una niebla oscura y densa. Una niebla llamada miedo. Miedo a sentir. Miedo a vivirlo todo tal como llega. Miedo a cuestionar la imagen limitada y carente con la que nos disfrazamos para ser ALGUIEN. Miedo al vacío de ser NADIE.
Miedo a ser el TODO.
No se trasciende lo humano escapando de ello para alcanzar nuestra realidad espiritual. Sino dejando que el Espíritu que somos atraviese la experiencia humana por completo.
Es lo que vinimos a vivir a este parque temático llamado Tierra.
Una experiencia humana… completa.
¿Vamos?
Quizás te sientas estafado con la vida, que parece querer financiar tus sueños con billetes de Monopoly con los que no puedes comprar la felicidad que deseas.
Pero todo es fruto del olvido. El olvido de Quién eres.
Era necesaria esa condición para que el juego fuese creíble. Tuvimos que olvidar la verdad para poder vivir la ilusión. ¡Parecía tan excitante!
Y aquí estamos, tú y yo, perdidos en la insatisfacción, buscando en algún otro cuerpo, en algún otro objeto o en algún otro logro personal aquello que echamos en falta. Pero la vida solo nos devuelve lo que damos, como un maldito espejo que, en lugar de reflejar nuestros deseos conscientes, nos pone frente a nuestras verdades inconscientes, nuestras creencias profundas, por falsas e ilusorias que sean. No podemos recibir lo que no damos. El espejo, el mundo… el otro, siempre nos da la razón, negándonos aquello de lo que creemos carecer.
Observa lo que recibes de la vida y sabrás quién crees que eres y cuánto mereces. Es así de simple.
Pero duele.
¡Cómo no va a doler! Todo lo ilusorio duele cuando es confundido con la verdad.
Queremos seguir subidos a la montaña rusa pasando solo por las cimas del placer. Cuando esta experiencia de dualidad nos lleva a explorar los valles del dolor queremos saltar del vagón y ausentarnos de la vida hasta el siguiente subidón.
Pero no vinimos a vivir esto a medias. Vinimos a vivir una experiencia completamente humana. Y, ¿sabes qué? No hay humanidad sin dolor. Nadie puede trascender la limitación humana negando o escapando de esa parte incómoda de la experiencia.
Hay quien se esfuerza y trabaja duro para «elevarse» cuanto antes y alejarse de todo aquello que aún le duele. Algunos incluso afirman «todo esto es maya, es una ilusión… un sueño», mientras reaccionan emocionalmente a todo lo que amenaza su identidad espiritualizada como si esa amenaza fuese algo muy real.
Hemos olvidado quienes somos, por eso vivimos a medias, ausentes de nuestra vida la mayor parte del tiempo.
Pero el olvido no ha cambiado lo que somos. Solo lo ha ocultado. Y el velo que nos separa del recuerdo de lo que somos solo es una niebla oscura y densa. Una niebla llamada miedo. Miedo a sentir. Miedo a vivirlo todo tal como llega. Miedo a cuestionar la imagen limitada y carente con la que nos disfrazamos para ser ALGUIEN. Miedo al vacío de ser NADIE.
Miedo a ser el TODO.
No se trasciende lo humano escapando de ello para alcanzar nuestra realidad espiritual. Sino dejando que el Espíritu que somos atraviese la experiencia humana por completo.
Es lo que vinimos a vivir a este parque temático llamado Tierra.
Una experiencia humana… completa.
¿Vamos?