El perdón no es posible sin la voluntad de soltar mi percepción aprendida para abrirme a una mirada nueva. Hemos de empezar a asumir que si me siento mal es, necesariamente, porque percibo incorrectamente. La verdad no necesita defensa, luego, si experimento tensión, debo estar defendiendo una idea falsa. Solo una interpretación distorsionada me impide ver la verdad en lo que contemplo. Cada vez que me separo de aquello que percibo -por efecto de haber dado crédito a un juicio en mi mente-, y dado que mi naturaleza es la unidad, la experiencia que resulta de esa separación es sufrimiento, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones.
No somos víctimas de
nuestras creencias, sino los artífices de las mismas. Todo lo que creemos, lo creemos porque queremos. Nuestras creencias
se sostienen por propia voluntad. Todas ellas nos dan identidad de una u otra
manera, y esa identidad, aunque sea falsa, nos produce una sensación de
seguridad frente al vacío y al miedo que sentimos cada vez que algo parece
amenazarla.
Es inútil tratar de
comprobar la veracidad de nuestras creencias contemplando el mundo. El mundo
siempre nos va a dar la razón... porque el mundo que contemplamos es el
efecto de nuestras creencias. Por ello, el proceso de sanación que el
perdón facilita opera en el nivel de las causas –la mente–, y no en el de los
efectos –las experiencias y el mundo–.
Si la voluntad, que es el
poder creativo de la mente, es lo que sostiene el mundo que contemplamos, así
como cada una de las experiencias que vivimos como efecto de esa voluntad, lo
único que tiene sentido hacer cuando el deseo de sanación amanece en la mente,
es re-orientar la voluntad en una nueva dirección. Esa dirección no
puede ser otra que la de experimentar paz como principal objetivo.
Si queremos sanar, si queremos retornar a la conciencia de unidad que siempre hemos sido, somos y seremos, no tiene sentido tratar de hacerlo luchando para mejorar el mundo, ni tratando de ser buenos según los criterios de bondad vigentes, ni queriendo cambiar a los demás por su bien, que es como denominamos a nuestra comodidad. Todo intento de cambiar o de mejorar algo es fruto de un programa mental. El programa-ego primero juzga algo como erróneo o mejorable y luego te lleva de viaje en la persecución de eso que has de lograr para que todo esté bien, para que, por fin, experimentes la paz que ansías.
Si queremos sanar, si queremos retornar a la conciencia de unidad que siempre hemos sido, somos y seremos, no tiene sentido tratar de hacerlo luchando para mejorar el mundo, ni tratando de ser buenos según los criterios de bondad vigentes, ni queriendo cambiar a los demás por su bien, que es como denominamos a nuestra comodidad. Todo intento de cambiar o de mejorar algo es fruto de un programa mental. El programa-ego primero juzga algo como erróneo o mejorable y luego te lleva de viaje en la persecución de eso que has de lograr para que todo esté bien, para que, por fin, experimentes la paz que ansías.
El amor no hace eso. El
amor ya ama el mundo tal como es, no ve error alguno en él. El amor te ama incondicionalmente en este
mismo instante sin necesidad de que hagas nada, pienses nada o sientas nada.
Eres tú quien no se ama, y luego tratas de buscar en el mundo la causa de esa
falta de amor.
Cada vez que te descubras
posicionándote a favor o en contra de algo, observa cómo te sientes. Toda
creencia es sostenida por dos polaridades. De hecho, toda creencia es dual.
No existe bien sin mal, bonito sin feo, alto sin bajo. Cuanto más luches y
defiendas la justicia, más injusticias detectarás. Cuanto más trates de
castigar la maldad, más maldad tendrás para castigar. Todo aquello en lo que
inviertes tu atención mental –tu voluntad–, se convierte en tu experiencia...
en tu realidad.
La verdad no es dual. El
amor no es dual. El perdón viene a sanar
la dualidad, a deshacer la separación en tu mente... el único lugar donde
la separación parece existir. El amor ama lo bueno-malo, lo justo-injusto, lo
blanco-negro, el día-noche, y todos los binomios que tu mente ha creado para
jugar a la separación. En la verdad todo es uno. Querer mirar desde ahí o
seguir mirando desde la identificación con solo una de las partes en las que
has separado la realidad, es la única elección real que tienes. Cualquier otra
elección es no elegir nada. Es elegir entre ilusiones, y no hay ilusiones mejores o peores. Todas son falsas por igual. No
importa si eliges ser bueno o malo... seguirás sin saber quién eres y estarás
sosteniendo la existencia de lo bueno-malo sin saberlo. Saltarás de un papel a
otro de la obra, pero no dejarás el escenario en el que se representa.
Expresa internamente el
deseo de sanar tu percepción y hazte a un lado. No eres tú (el personaje) el
que conoce la verdad. Es la verdad la que vendrá a mostrarte quién eres Tú,
y por ende, quién es tu hermano. Solo es necesario que aceptes la sanación,
que te abras a recibir la respuesta, sea la que sea, adopte la forma que
adopte. Si tu primera voluntad es paz, paz es lo que obtendrás como experiencia.